Es hora de que cada uno asuma su responsabilidad por el bien del país
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Lunes, 14 de marzo de 2016
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Brasil, empantanado El hecho de que cientos de miles de brasileños se echaran el domingo a las calles de más de 200 ciudades del país para protestar contra la presidenta, Dilma Rousseff, da muestra de la gravedad de la crisis institucional que atraviesa Brasil y de la urgencia de buscar una solución que evite los atajos. La situación es muy grave. Brasil se encuentra sumido en una especie de tormenta perfecta en la que se combinan tres factores: por un lado, una cascada de escándalos de corrupción, el mayor de los cuales afecta a la principal petrolera del país y llega a salpicar a la emblemática figura del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva; en segundo lugar, un Congreso inoperante debido a la fragmentación y empecinado en destituir a la jefa del Estado —una solución prevista en la ley como recurso ante delitos probados pero nunca como arma política, como está sucediendo— y, finalmente, una crisis económica cuya salida no se vislumbra precisamente por la parálisis política y que amenaza con llevarse por delante los innegables progresos de bienestar alcanzados durante la presidencia de Lula.
La situación es muy grave. Brasil se encuentra sumido en una especie de tormenta perfecta en la que se combinan tres factores: por un lado, una cascada de escándalos de corrupción, el mayor de los cuales afecta a la principal petrolera del país y llega a salpicar a la emblemática figura del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva; en segundo lugar, un Congreso inoperante debido a la fragmentación y empecinado en destituir a la jefa del Estado —una solución prevista en la ley como recurso ante delitos probados pero nunca como arma política, como está sucediendo— y, finalmente, una crisis económica cuya salida no se vislumbra precisamente por la parálisis política y que amenaza con llevarse por delante los innegables progresos de bienestar alcanzados durante la presidencia de Lula.
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